Cuando me fui a vivir a India, lo que más me gustó de la experiencia –fuera de perder peso, ganar amigos y alterar mi autoestima– fue saber que estaba haciendo algo pequeño, sí, minúsculo, pero concreto para Salvar al Planeta Tierra. There. Así, con todo el narcicismo del mundo y además música de Thomas Bergensen de fondo. O quizá Beethoven y Bruckner. O todos juntos. Navdanya es un universo reducido donde hasta lo que uno defeca va a parar a una compostera. Por aquí y por allá se abrazan las ramas de árboles y nardos cuya exuberancia permite la llegada de cuervos, cervatillos, picaflores, abejorros y de vez en cuando un elefante, que atraído por el oasis que representa la Granja, se echa a dormir una siesta debajo de un encino. Y todo empezó en los 80’ cuando a Vandana Shiva, fundadora de Navdanya y la Universidad de la Tierra, se le ocurrió abrazar árboles. Rápidamente acaparó la atención de medios locales e internacionales. ¿Por qué lo hacía? Una mujer respetable, de casta superior, con doctorado bajo el brazo. Porque los árboles son vida. Y encima le agregó una perspectiva feminista y ¡zaz! aparece en escena el Ecofeminismo que se estudia desde Oxford hasta la Universidad de Chicago. Años más tarde cientos de mujeres empobrecidas echaron mano a lo único que sabían hacer, o sea, cuidar y amar plantas y animales, para desprenderse del yugo opresor del patriarcado indio que las castigaba sin cesar, con maridos fugados, muertos o atormentados por las demandas económicas de grandes corporaciones que habían puesto marca registrada a lo que siempre había estado ahí, al alcance de la mano. Semillas.
¿Podría yo, décadas más tarde, replicar la experiencia?
País: Chile. Ciudad: Santiago. Barrios: Lastarria, Bellas Artes, Parque Forestal. Este último recibe su nombre a propósito del antiguo y sofisticado conjunto de árboles, senderos y faroles ideado por el paisajista George Dubois quien de uno u otro modo canalizó la idea de un París a la chilensis entre las turbias aguas del río Mapocho y lo que más tarde pasaría a conformar una hilera de elegantes edificios por un lado y el Museo Nacional de Bellas Artes por el otro. Los que vivimos en el sector nos beneficiamos directamente del Parque Forestal debido a su cercanía a nuestras casas, pero también están los que buscan un panorama de fin de semana y llegan para flirtear con el enamorado de turno, tomar una siesta a la sombra de un plátano oriental, fumar un cigarrillo o terminar la Crónica del Pájaro que da Cuerda al Mundo. La importancia y relevancia histórica, estética y cultural del Parque hizo que el Consejo de Monumentos Nacionales lo declarara Zona Típica, es decir, el Parque Forestal está protegido por la Ley. Desgraciadamente esto no ha servido para evitar la organización de eventos masivos en el lugar, como conciertos de música, maratones, reuniones de cazadores de dibujos animados en VR ¡Carreras de Autos eléctricos! Los vecinos –entre quienes me incluyo– organizados en diversas agrupaciones, hemos estado luchando todos los años para mantener viva la llama, el “chispazo divino”, la “esencia” del Parque, ante una autoridad que en varias ocasiones se ha mantenido en silencio e incluso ha autorizado la destrucción solapada del Parque, ignorando su importancia local, regional, y por qué no, internacional.
“Channeling Vandana Shiva” fue el mantra de este fin de semana, cuando se me ocurrió proponerle a mis vecinos/amigos que fuéramos en masa a abrazar árboles, tal como lo había hecho Vandana en India hacía más de treinta años. Porque resulta que ahora la compañía Metro de Santiago –empresa pública que funciona de forma autónoma– tuvo la brillante idea de instalar una salida de Metro en pleno Parque Forestal, comprometiendo más de 40 árboles que, de acuerdo al proyecto, deben ser talados para satisfacer los planes de movilidad urbana del Metro. Una catástrofe ecológica y cultural de proporciones.
Los vecinos del sector tenemos mala fama entre los santiaguinos. No de ladrones ni buscapleitos. Mucho menos de narcotraficantes. Lo que se nos echa en cara a menudo es una cuestión de “clase”, porque existe el mito extendido que casi todos quienes vivimos en el lugar –por no decir, todos– pertenecemos a la “Bobo”, es decir, la Bohemian Bourgeoisie, la Izquierda Caviar, Whiskierda, el delirante Redset. Se supone que comulgamos con las ideas de la revolución chavista y nos inspiramos en Rosa de Luxemburgo y Trotsky, pero viajamos a Bután para desintoxicar el alma, usamos ropa Patagonia y comemos Foie Gras con vino tinto, al tiempo que discutimos a Bataille en una salita de estar preciosa repleta de muebles heredados y sillas Valdés y pinturas originales, que encima contempla muy soberbia las copas de los árboles del Parque en una tranquila tarde de julio. No vale la pena argumentar que en el barrio vivimos gente de todas las clases, credos e ideologías políticas. El mito ya es parte del ideario colectivo. ¿Motivo de inercia? Desde luego que no. Pero había que ser cuidadosos a la hora de organizar una (así la llamamos) “Abrazatón de árboles”, haciendo alusión a la fundación de ayuda a niños discapacitados Teletón que todos los años ocupa dos días de TV abierta para reunir fondos millonarios. Nosotros simplemente queríamos abrazar árboles: un acto pacífico, sobrio y ecológicamente amistoso cuya pretensión era hacer un llamado abierto a la comunidad sobre la importancia que tiene el Parque Forestal. Y demostrar nuestro absoluto y total rechazo a la destrucción del Parque, porque talar sus árboles es aniquilarlo.
Amigos y amigas, los árboles son vida.
Así, provistos únicamente de pancartas, buenas intenciones, generosidad y mucha Biofilia corriendo por nuestras venas, y con la máxima de Gandhi, “Sé el cambio que quieres ver en el mundo” decidimos ir a instalarnos al Parque una mañana de julio, un domingo de invierno. Convidamos a todo aquel que compartiera nuestra iniciativa. Da igual si chileno o extranjero, rico o pobre, santiaguino o provinciano, de derecha o de izquierda. El Parque Forestal es de todos y hay que protegerlo.
Y ahí estaba el miedo inicial. El maldito miedo inicial a que nos hicieran papilla en las Redes Sociales, porque nos ha pasado mil veces. Y los comentarios negativos llegan, aun cuando uno espete a viva voz “bah, son puros ociosos, me resbalan las críticas”. Encima estoy yo, que uso sombreros de colores desde el año 2000 y cada dos por tres me da por sacar del clóset alguna prenda comprada en el Bazar de Estambul, Pakistán, Bangladesh o India. ¡Todo mundo me señala y al cadalso! “Allí está otra vez el ocioso y sus secuaces, anda a trabajar”, “No le gusta que le toquen su parque”, “Otra vez estos ricachones pesados exigiendo idioteces”. Qué decir de los insultos vinculados a nuestro aspecto físico, al peinado, al color de la blusa y el corte de los pantalones, mejor ni empecemos. Nos reunimos varias veces para planificarlo todo y no dejar detalles al azar, ¿quién llevará un pendón? ¿quién hablará con las autoridades?, ¿quién colgará un afiche? ¿quién ahuyentará a los perros? ¿¿¿Quién???
Llegamos el domingo a la hora señalada, 10 AM. En los afiches que colgamos por todo el barrio y en la invitación pagada que subimos a Redes Sociales pusimos “La Abrazatón del Parque Forestal, 11:30”, esperando que la típica impuntualidad chilena retardara el acto hasta después del mediodía. No solo fueron puntuales, sino que llegó una masa increíble y multiforme de gente que incluía desde el alcalde y ex ministros, hasta vecinos y vecinas de comunas distantes que, conmovidos por el valor de cada árbol, decidieron unirse a nuestro rally ecologista, tomar el hashtag #SalvemosElParqueForestal, abrazar un árbol y subir la respectiva foto a Instagram. Y en el medio de todo, un artista, Francisco Ríos, que viajó desde Valparaíso con su traje de árbol para limpiar el Parque Forestal de malas vibras y contribuir a nuestra conexión con la naturaleza. La “Abrazatón” resultó todo un éxito no solo porque su motor impulsor fue simplemente la buena voluntad y el buen hacer de quienes la hicieron posible: la abrumadora diversidad de personas dispuestas a declarar su amor por los árboles, natural o culturalmente instalados, es lo que de forma objetiva se convierte en el espíritu del Parque Forestal. Los árboles son vida y todos y todas lo entendimos y entendemos así.
Por supuesto una vez en casa –departamento– me puse a pensar, a inquirir, a reflexionar. Después de todo, tengo formación de filósofo y activista de causas que casi todo el mundo da por perdidas. Yes, eso es ¡Ahí está! Un brinco sobre las tablas de mi living. Porque India no solo fueron los kilos extra que perdí, ni el recuerdo imborrable de las balsas de madera navegando en las contaminadas aguas del Ganges a lo largo de Varanasi y su enorme sol anaranjado detrás, ni los amigos que hice, el amor que se quedó allí para siempre y por los siglos de los siglos, ni las caras que nunca más volveré a ver, ni los Mangos, ni los juncos, ni los murciélagos serpenteando entre mosquitos y el aire viciado, ni los elefantes, ni los escorpiones, ni los tigres de Bengala. Tampoco las serpientes y los faquires, ni la impresionante belleza de Jaipur y el buceo atolondrado en Goa. Por sobre todas esas cosas, está el amor que uno puede sentir por uno mismo, sí, por otras gentes, también, por la naturaleza, desde luego y por sobre todas las cosas. Para muchos abrazar un árbol es una acción ingenua y con “California Dreaming” de cortina musical, pero para mí quiere decir: conéctate con la naturaleza, eres guardián y protector de ella así como lo eres de la persona que más quieres en el universo. No sé cuál será el alcance de nuestras pacíficas demandas (donde nunca hubo otra cosa que respeto, sonrisas y camaradería) pero si Vandana Shiva pudo convertir su abrazo en un grito desesperado en favor de las mujeres pobres y sometidas de su tierra, mi abrazo y el de mis amigas y amigos significa que quizá puedo empezar nuevamente ¡sí! ¡así es! pasito a pasito volver a creer, como me pasó en 2002, 2004, 2008 y otra vez en 2019, que puede ser el caso que mis sueños logren cambiar el mundo.
Comments