Mi mayor satisfacción a la hora de publicar algo nuevo en el blog Opina Santiago es la casi nula presencia de comentarios negativos, insultos o malas palabras. En general mis lectores y (sobre todo) lectoras son: gente culta, amistosa, abierta y con unas energías positivas que me estimulan a seguir escribiendo. Pero no nos engañemos que también están los llamados “haters”, personas que a menudo, ocultas tras la impunidad del cobarde anonimato, se dedican a denostar y rebajar nuestras ideas. Los hallamos tanto en el mundo virtual como en el real. ¡No nos dejemos gobernar por sus malas intenciones y emociones de odio no examinadas!
Domingo, hora del almuerzo. Como siempre: estoy solo, no obstante el frío, sentado en una terraza devorando mi ensalada de tomates hasta que el estómago haya adquirido sólidos y ¡zaz! entrada triunfal de mi Pisco Sour peruano en tamaño “catedral”, algo así como el relajo de la dieta equilibrada de la semana. Unos van a misa para desprenderse de los pecados acumulados a lo largo del mes y de esa forma sentirse bien. Otros irán a la Sinagoga o al Templo para alcanzar mayor limpieza interna. Yo me quedo con mi pisco sour. Catedral. Eso y mis oídos alerta porque en tanto recolector de historias urbanas, siempre escucho al resto de los comensales. Durante la semana los temas normalmente tienen que ver con la oficina, los romances que allí se pactan, la comodidad de la silla nueva y sobre todo, lo mucho que los funcionarios se han conectado espiritualmente con el viaje reciente al sudeste asiático del odiado gerente de Recursos Humanos, que en un ataque de solidaridad inusitada, repartió llaveritos y banderitas de souvenir. A veces mujeres y muchachas jóvenes rivalizan para ver quién emite una mayor cantidad de comentarios negativos en contra de esa que viene caminando en dirección a ellas, hola cómo estás amiga, te estábamos esperando. Risitas y besitos por doquier.
El domingo es el día del descanso, por tanto los comentarios bajan de intensidad y se emiten con el respectivo vocabulario urbano-relajado que combina con la ropa colorista del día y las zapatillas blancas a fuerza de líquido renovador. Es decir, no es que yo piense que haber comprado ese automóvil amarillo sea una mala decisión, no me malinterpretes, pero ¿tú crees que le alcance para pagar la cuota?
- Dicen que la mujer es la que paga todo
- Debe ser eso. En cualquier caso, bastante feo el auto, podría haberse comprado un jeep. Yo hubiera hecho eso
- Lo del auto es lo de menos ¿Supiste que para el cumpleaños de Rodrigo no llevó absolutamente nada? Más encima come a lo bestia, no dejó ni un panecillo, ni una gota de vino tinto en las copas de calidad ínfima.
¿Cuál es la idea de denostar la decisión ajena? Porque hay gente que se siente personalmente afectada por el nuevo dormitorio de la otra gente, o deciden que la falda de mujer X redunda, al parecer, en la calidad de vida de las mujeres desplazadas en Sudán del Sur. Desde Aristóteles hasta nuestros días la Filosofía ha incorporado el estudio serio y riguroso de las emociones y el rol que juegan en la vida política. En su excelente libro “From Disgust to Humanity: Sexual Orientation and Constitutional Law” la filósofa Martha Nussbaum hace un estudio minucioso de cómo emociones no examinadas de, por ejemplo, asco, terminan convertidas en leyes que restringen libertades civiles y políticas de sujetos pertenecientes a grupos específicos de la sociedad, por ejemplo, afrodescendientes y LTGBQ2. El legislador que no ha pensado socráticamente, es decir, críticamente, la emoción de asco, plasmará el sesgo de su emoción no-examinada no solo en la vida cotidiana –que ya representa un peligro– sino en la Ley. De ahí que un sistema educacional fuerte centrado en el estudio de las emociones facilitaría la lucha por la igualdad de derechos, algo que en países como Chile, Perú, pero también Italia y Rusia, estamos al debe.
Lo mismo ocurre con el odio y el rencor. Emociones humanas, “demasiado humanas” diría Nietzsche, y que están ahí y que requieren la intervención inmediata de pensamiento crítico y autoexamen, características ausentes del llamado “Hater”. El Hater no solo está en internet esparciendo comentarios maliciosos en contra de personas determinadas a fin de causarles daño permanente: también está en la oficina, en el trabajo, en el circulo de amistades, en la familia. ¿Y cuál es su rol? Ningún otro que repartir sendas cantidades de malas vibras, ofensas gratuitas y mucho, muchísimo resentimiento. Del Hater virtual hemos oído mucho y todos lo identificamos: un “borrar” termina con el comentario. Pero el Hater “real”, es decir, el de la vida cotidiana, se naturaliza y se transforma en matriz de sentido y no tenemos otra opción que aprender a lidiar con él. Debemos aprender a reconocerlo para poder mantenerlo alejado de nosotros. No hay otro remedio.

Algunos somos más débiles de carácter que otros y sin duda el Hater penetrará en mayor medida en nuestras conciencias. Porque hay Haters inteligentes que tienden al absolutismo moral y desde ahí se manejan. Hoy me tocó lidiar con uno y, para mi sorpresa, salí victorioso del desagradable encuentro. Lamentablemente el “modus operandi” apeló a la respuesta seca y con altas dosis de pesadez, no hay otro camino. Suspiro. Resulta que terminado mi almuerzo, fui a revisar las vitrinas del esplendoroso centro comercial nuevo que hay en mi –altamente Gentrificado– barrio capitalino. Veo una camisa bonita de un color suave que, según la opinión pública personificada en mi hermana, me sienta muy bien. Entro. Me la pruebo. Saco mi billetera fucsia del bolso y pago el valor de la camisa que, al ser confeccionada en Italia con materiales finos, cuesta algo más que las de poliéster que se ofrecen en el H&M de la vuelta (soy alérgico al poliéster). Con esa pequeña cuota de vanidad satisfecha y pensando dónde y cuándo usaría el producto recién adquirido gracias al engatusamiento capitalista y a mi propia vanidad, me encuentro con un conocido. Un tipo que vi por última vez hace cinco años aproximadamente. Miró mi bolsa de boutique y sin que yo le preguntara, opinó que el tiempo debe sobrarme porque él en estos momentos está trabajando en una publicación muy seria sobre las determinantes sociales de la salud mental y que él sin duda vomitaría si entrara a esa tienda estúpida a comprar lo que sea, porque la gente que va ahí es total y absolutamente descerebrada, qué duda cabe. Hasta donde yo recordaba, mi conocido terminó la carrera de sociología en aproximadamente ocho años (tiempo en el que yo había completado licenciatura y escuela de postgrado) de modo que el comentario no tenía mucho sentido en el plano de la realidad. Claro, yo también despotrico contra el capitalismo y las injusticias sociales, pero no puedo ir de moralista absoluto repartiendo dicterios gratuitos a diestra y siniestra. Como esos que le echan en cara a los medioambientalistas que su conciencia “verde” es estúpida porque de todos modos deben viajar en avión. ¿Puedo apelar al absolutismo moral cuando no se dan las condiciones para ejercerlo? De ninguna forma. Ahora yo estaba frente a un tipo que usando la misma artimaña trataba de herirme maliciosamente. Respuesta:
- Bueno, ¿Sabes? El que puede, puede, y el que no aplaude. Trabaja más y te podrás permitir una o incluso dos camisas, hasta pronto, cuídate.
No miré hacia atrás y me perdí entre el gentío dominguero con sus hijos chupeteando helados y llenándose los dedos de azúcar mientras comen esos falsos algodones rosados.
Desgraciadamente, si se quiere salir airoso del encuentro con el Hater, no queda otro remedio que contestar con una ironía o un comentario pesado. Pero ese comentario se emite sólo cuando el Hater está tratando de verter ácido sulfúrico en la autoestima ajena que en mi caso, tiende a la baja por naturaleza y mala repartición divina de los talentos y características personales. Así de simple. Nací inseguro. Qué le voy a hacer. ¿De qué otra herramienta me puedo valer sino de mí mismo? En Estados Unidos e Inglaterra, países cuyas sociedades son muy poco dadas al comentario malicioso y la intromisión en la vida privada y las decisiones que la componen, ni el más marxista de los marxistas hubiera metido sus narices en la compra de mi camisa. Una maldita camisa. Tal vez lo piensa, sí, pero no lo dice. De acuerdo a mi experiencia de vida, el comentario Hater es una característica muy latinoamericana y específicamente chilena, porque al ser productos de una sociedad severamente desigual, con un sistema educativo fallido que no entrena a sus –parafraseando a Platón– Guardianes en los valores correctos y críticamente examinados, los Haters encuentran el nicho perfecto: son resentidos, olvidados, maltratados y finalmente naturalizados. ¿Debo hacerme cargo yo, sujeto promedio, de los errores institucionales de un país y de la mínima responsabilidad individual para tratar de “comprender” al Hater y dejarlo salirse con la suya? De ninguna manera. Si te encuentras con uno, permite que termine su frase cochambrera y no alimentes la mala intención que hay detrás de sus negras y sucias palabras. Si el ataque es descarado, responde con celeridad y márchate de ahí: siempre habrá un lugar bonito donde uno pueda echar a volar la imaginación y hacer florecer los sentidos.
Consejo para el Hater: Re-examina tus emociones de odio y resentimiento. Verás que fácil y bonita se hace la vida cuando únicamente esperas lo mejor para la humanidad. Mira los logros de Beethoven y Gandhi.
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