Volar, volar, volar. ¿Hablemos de aeropuertos? Independiente del país donde uno esté, en oriente u occidente, los aeropuertos son un punto de “encuentro” de múltiples lugares comunes, tanto en estructura física como en subjetividades. Auténtico nicho para un exhaustivo análisis sociológico y sobre todo prejuicioso. Porque las dinámicas son siempre las mismas: ubicarse en la fila, revisar una y mil veces la documentación necesaria, preguntar cosas evidentes aun cuando las respuestas a nuestras inquietudes estén pintadas en Arial tamaño 900 y con luces de neón, empujar el carro con el equipaje, controlar al niño de las sonoras pataletas. Misma moqueta, misma publicidad, mismas cadenas de comida rápida. Y un inconmensurable etcétera. En los aeropuertos no existen feriados ni domingos, parecieran constituir realidades aparte donde el ajetreo es la consigna. La variedad está en el tipo de gente que transita por Policía Internacional, puertas de embarque, Duty Free, tiendas de las de mirar, asientos, W.C., escaleras mecánicas que suben, escaleras mecánicas que bajan. Con tanto viaje a mi haber –vengo recién llegando de uno de ellos–, múltiples visas repartidas en distintos pasaportes y una lista innombrable de líneas aéreas, desde las más lujosas hasta las que son gerenciadas desde el averno (Ryanair), acostumbro a clasificar mentalmente a los pasajeros, lo que me transforma en el Pasajero Prejuicioso. La lista no ex exhaustiva y cuando se trata de aeropuertos me vuelvo un animal bastante cabrón, pero ¡bah! si voy a pasar 5 horas en un layover al menos me entretengo con la matemática de ir enumerando lo que veo y observo, oigo y escucho. E ir encasillando. No apto para espíritus sensibles y alérgicos al humor negro.
El pasajero Aspiracional
¿Comencemos por cutre del grupo? Fácil de reconocer. Allí está, parado junto al resplandeciente estante blanco Estée Lauder del Duty Free, el núcleo familiar compuesto por el jefe de la tropa, su mujer y de vez en cuando los DOS niños. Viajan a Aruba, Cancún, Miami o Río. Siempre. Y ahora resulta que a la matriarca se le ha metido en la cabeza la idea de comprar cremas antiojeras, aprovechando la inexistencia del “tax”, o sea, en lugar de pagar 200 dólares pagará 189, lo que se traduce en una elección inteligente. ¿Él? De cualquier tamaño, pero siempre un poco barrigón, pantalones color beige, camiseta Polo o Náutica fosforescente, mocasines Sebago, sweater encima de los hombros con o sin calor y muchas ansias de comunicarlo absolutamente todo. Ojalá bramando. Por ejemplo, hoy comenta a voz en cuello respecto a la mediocridad de este Duty Free comparado con el del aeropuerto de Fráncfort, para que quede muy en evidencia que él ha salido más allá de las fronteras oceánicas, a él no le vienen con cuentos. “En Alemania tienen esto, pero mucho más grande, mucho más cosmético” explica, metiendo palabras que él asume sofisticadas, al tiempo que devuelve el frasco de colonia que no puede costear y reniega de todo lo que tiene en frente, haciendo sonar la pulsera de su Fossil adquirido el año anterior en el Outlet. Es común oírle hablar de la oficina de contabilidades donde trabaja, de lo mucho que allí hace y cuánto se merece estas vacaciones, que, dicho sea de paso, servirán también para revisar algo de trabajo in absentia, porque el hotel –explica– tiene buena conexión. Qué decir del Spa y la piscina. El problema es conseguir el chip para el teléfono porque de otro modo tendrá que comprar la guía Lonely Planet, que de todos modos ya obtuvo pero no tiene paciencia de leer. Y también el paquete turístico incluirá viajes guiados en compañía de asiáticos y sus mega-cámaras, para no perderse en el extranjero porque no sabe otro idioma que el propio. Tierno.
¿Y ella? Es increíble ver cómo hay gente que hace lo imposible por vestirse incómodamente a fin de, en teoría, lucir bien… en Cabina principal, que ojalá, Dios mediante, se convierta en Business, ya que para eso estuvo plantada en la fila de los que mendigan el dichoso “upgrade”. Al tiempo que se solaza con la impresión global de las carteras Louis Vuitton que se muestran orgullosas en las altas vitrinas –finalmente ya compró la crema, a plazos– pero que en realidad no se puede permitir, se siente insignificante. Compara lo que ella creía era su muy refinado bolso Michael Kors con la soñada Never Full y los dientes castañean de rabia. ¿De qué le sirve comulgar tanto con el capitalismo? En fin. Ahí está: botas de tacón de 12 centímetros que desde luego son del mismo color que la cartera y el incómodo nuevo abrigo mezcla de algodón y acrílico que comparado con el de la viajera ricachona de enfrente, que luce un deslavado pero finísimo Gilet de Céline, se reduce al tamaño de un guisante. Invierno, primavera, otoño o verano, siempre va con abrigo y los anteojos de sol enredados en la melena crespa de su rubia cabellera sometida todas las semanas al amoníaco. Cinturón grueso de cuero, uñas acrílicas, collares y pulseras que fueron la pesadilla a la hora de atravesar seguridad, pero ¡Qué importa! Hay que verse bien para que los demás piensen lo correcto, es decir, que ella es una mujer multimillonaria. Después de todo, sus referentes son Cecilia Bolocco y Susana Jiménez, muy preciosas, muy distinguidas. La mezcla de las horas de vuelo, asiento turista erróneamente elegido y la rigidez de los pantalones y el calzado redundarán de forma negativa en los várices, pero qué diablos, para ser bella hay que ver estrellas. En la maleta de mano lleva el kit de cosméticos que incluye polvos, máscara y una peineta, no vaya a bajarse del avión luciendo pobre. Este tipo de viajera es la pesadilla no solo del marido que debe oírle decir “hostel” en lugar de “hotel”, sino de todo el resto porque viaja alrededor de veinte veces al baño. Come ensalada para no perder la línea. Y mucho pan.
El Pasajero Upper Class
Totalmente distanciados de las disquisiciones estéticas, religiosas y económicas de todo el resto, este pasajero se ubica en cualquiera de los asientos de su puerta de embarque, porque a fin de cuentas siempre abordará primero: pasajero preferente que no supo de Burger King ni Tienditas de Souvenir ni la ruidosa clase Media porque tiene acceso premium al salón VIP. ¿Él? También usa pantalón beige Docker’s, sí, mocasines Sebago, también, pero el reloj es un muy discreto Jaeger LeCoultre y no habla de la oficina (de la que probablemente es dueño o por lo menos gerente). Si no está revisando el iPad, conversa, brazos cruzados, junto a otro conocido que también viajará en Primera Clase para tomar lecciones de Buceo en Sri Lanka y sacarse el Padi. El problema que lo aqueja son las conexiones, qué espanto, qué horror, tomar 3 aviones diferentes, casi no quiere imaginar el Jet Lag. De vez en cuando hierve de rabia y pasa una mano por su alborotado y escaso pelo cano que alguna vez fue rubio –contrario al aspiracional que se lo tiñe negro, bueno, su mujer es la que lo somete a la tintura–, como señal de queja porque sus múltiples nenes de pelo también rubio, rubísimo, no se saben comportar y ahí están dándole puntapiés a la maleta plástica de un pasajero de clase inferior por el que no sienten ningún respeto. Papi ofrece disculpas y el afectado las acepta gozoso. ¡Me está hablando a mí! Si las patadas provinieran de un mozalbete de mechas puntiagudas y tez negra, la víctima reprendería severamente a sus padres porque los niños morenos son mocosos, mientras que los rubios ya son gerentes incluso antes de nacer. Ahora el señor elegante de pelo cano comenta la coyuntura política manifestando sus simpatías hacia gente como Macri. El de la camiseta fosforescente toma nota mental.
¿Ella? Más preocupada del contenido de su discreto y elegante bolso de mano Longchamp que no tiene el logo visible por ninguna parte, lo que sin duda intriga a la señora de pelo rizado y botas de altísimo tacón del grupo 4 de pasajeros Cabina Principal. ¿Qué hay dentro? Un libro de Danielle Steel, un kit, también discreto, de aparatos cosméticos Sisley o Chanel, tapones de oído de cera franceses Quies, antifaz de seda y las tarjetas impresas con el nombre del chofer que los espera en el Aeropuerto Internacional de Bandaranaike. En la cartera, también Longchamp modelo Le Pliage, que solo usa para ir al supermercado o viajar al extranjero, lleva una discreta billetera italiana y un rosario bendecido por el mismísimo Papa. Luce un desgarbado pero costoso gilet de Pringle of Scotland comprado en Edimburgo, zapatillas Chanel (“¿Por qué usa zapatillas?”, la del grupo 4), también sin logo visible, camiseta bretona y pantalones slack de Zara. Ella puede ir por la vida en Zara y jamás de los jamases será confundida con la chusma negra de los “grupos” porque para eso tiene ascendencia europea. Incluso puede no teñirse el pelo y sobresale de entre la masa mediocre y gris de la puerta de embarque. Por favor que pase luego este tormento y me suba al avión, piensa mientras le sonríe a la prole fea de los de enfrente. Gracias a las bondades de la gimnasia ha cultivado una silueta espléndida que le permitirá usar bikini, eso, y la manga gástrica reciente, no vaya una a ir a echar a perder las fotografías ni mucho menos el paseo en yate de algún amigo más millonario que viaja en su propio avión, qué envidia. No hay muchas ideas dentro de esa cabeza, ni prejuicios ni resentimientos ¿Cómo los ha de tener? El marido piensa por ella, la revista Hola muestra la decoración de su casa de vez en cuando, a veces juega al Golf. Una vida apacible y en el estricto sentido socrático, una vida que vale la pena ser vivida. Los niños están muy inquietos hoy, una lástima no viajar con la empleada, que por ninguno de los motivos podría ser confundida como miembro activo de su reluciente familia.
El pasajero No Me Interesa
De una u otra forma pertenezco a este grupo, pero como mi listado incluye al pasajero Prejuicioso, me quedo allí. El pasajero No Me Interesa viaja con la suciedad a cuestas, porque lo suyo, contrario al Pasajero Aspiracional, es usar el avión como medio para un fin y no como fin en sí mismo. Qué es eso de la pulcritud pequeño-burguesa, ¿De qué sirvió Mayo del 68 entonces? Y en realidad, el avión es una molestia bastante desagradable, la piedra en el zapato, la arena en el motor, ojalá existiera un método de teletransportación que lo llevara a uno directamente a Katmandú y las islas del sur de Tailandia. ¿Él? ¿Ella? Ambos usan ropa cómoda, sí, pero en realidad es tipo hippie. Pantalones de tiro bajo que parecieran sostener caca, mochila Osprey donde van guías Lonely Planet y quizá un sweater con agujeros y manchas de hamburguesa… de soya. Este pasajero normalmente joven, reniega del lugar de origen y del aeropuerto, por lo que no es fácil adivinar si es hijo del Aspiracional o del Upper Class, aún cuando los dreadlocks sean rubios y los ojos de un color imposible. Tienen la necesidad urgente de no venderse al sistema capitalista [todavía] y el viaje al lugar exótico implica encontrarse con el supuesto Yo interno que han perdido después de años de estudios de Sociología, Filosofía y quizá Medicina.
La gente “humilde” de los países miserables irradia alegría contagiosa a pesar de tener menos que nada, de modo que algo de esa eudaimonia les salpicará por efecto rebote. Con anterioridad han elegido el menú vegetariano del avión y comentan en voz baja: Ojalá que no haya lactosa. Porque en realidad la tripulación y las aerolíneas parecieran haber conspirado en contra de ellos, toda vez que de forma pérfida y malintencionada les han hecho creer que la “cena” contendrá únicamente legumbres, zanahorias y dátiles, pero no señor, ahí está el dressing hecho a punta de leche, cuando las vacas contribuyen a la contaminación por sus peos cargados al gas metano. Encima ¡cuánto sufren las pobres vacas al ser objeto de sacrificio para el consumo de la masa que se solaza con un asado en el momento exacto en que ellos están mostrando sus documentos de viaje! Varios reniegan del origen, bien podrían ir en el embarque preferente, pero no, lo suyo es el pueblo, y todos saben que los “pobres” viajan al extranjero en los lotes amontonados en grupos del 1 al 4. En realidad, los pobres no viajan a ninguna otra parte que no sea el laburo (en caso de tenerlo), pero bueno, el pasajero No Me Interesa ha pasado mucho tiempo leyendo y masticando a Heidegger y Galeano –que la madre insiste en llamar “Galiano”–, no los culpemos de clasismo inconsciente.
Este grupo está compuesto de locales y extranjeros. Si son locales, el pasajero Prejuicioso identifica en ellos algunos atisbos de arribismo heredado, como por ejemplo, colgar de la mochila Jansport la tarjeta que indica que el Joven está registrado como “Emerald”, pero aún así no cruza al embarque preferente. Los locales también tienden a copiar el estilo andrajoso de los extranjeros, pero no alcanzan a recrear la impresión estética despreocupada, probablemente porque todo ha sido comprado con solo días de anticipación. En cambio el pasajero No Me Interesa extranjero orbita en su propia galaxia, ni se molesta en contemplar al resto, mira solo hacia delante. Si es europeo, la mochila Eastpak con todos los bolsillos abiertos –la gente es buena y no roba– y un grueso libro bajo el brazo junto a los documentos de viaje. Si es gringo, va enfundado en ropa ultra especializada, a prueba de agua, viento y fuego, y con los pensamientos metidos en los préstamos monetarios con los que se costeó la licenciatura, por lo que hay que viajar a un lugar donde además de drogarse a lo bestia, sea posible hacer algún voluntariado que le agregue puntos al Curriculum y así postular a una Ivy League que garantice el ingreso al sueño Americano.
El pasajero Prejuicioso
Ya sea en preferente, o en los grupos 1, 2, 3 y a veces 4, encontrarán al grupo de los cabrones. Algún resabio de resentimiento no discutido exhaustivamente con el terapeuta provoca que quienes pertenecemos a este grupo, nos dediquemos a observar y a criticar. No compramos nada en el Duty Free y de manera discreta nos echamos colonia de los testers para aplacar el olor a sudor acumulado. En mi caso, debo decir que me visto igual a los No Me Interesa salvo por los pantalones (uso el mismo jogger Abercrombie & Fitch colorado para todos los viajes), y a pesar que a veces soy local, el resto de los viajeros asume erróneamente que soy extranjero, principalmente por la marca de mis cosas, normalmente adquiridas fuera de las fronteras, y mi calculado aire despreocupado. Tanta lectura, sátira, mal tratamiento por parte de vendedores de tiendas finas y un eterno etcétera, han entrenado nuestro cerebro para contemplar el mundo de forma maliciosa, desde un atalaya siniestro y con insalvable lejanía. ¿Qué otra cosa vamos a hacer ahí parados como tontos mientras el empleado de la aerolínea cuchichea con sus colegas, ignorando a la masa?
Arriba del avión. ¿La comida? Nos da lo mismo, en realidad, nos gusta porque en “teoría” es gratis. Tomamos vino y nos atrevemos a pedir más cosas, como por ejemplo, jugo de naranjas y un vaso de agua con hielo, ante la sorpresa del Pasajero Aspiracional que cree que sólo puede pedir un solo bebestible. ¡Diablos! piensa, al tiempo que toma notas con su atrofiada cabeza. Acostumbrados a los viajes “on a Budget”, sabemos que el lugar donde uno debe sentarse en el avión es el asiento del pasillo: así es posible estirar las piernas, ir al baño cuando uno quiera y entorpecer el paso de los que se ubican junto a la ventana para hacer fotografías horrendas del cielo (y parte del ala del avión, turbinas incluidas) que si el Wifi permite, subirán a Instagram. Las mismas imágenes todo el tiempo. Los pasajeros Prejuiciosos nos observamos con celo y asentimos, sí, estamos pensando lo mismo respecto a la mujer de adelante y sus jeans ajustados, sus enormes botas, la inseparable cartera y que SIEMPRE tiene la brillante idea de ir a mear cuando pasan con el carro de la comida. Somos los que nos tiramos un sonoro pedo, qué se le va a hacer, no es ilegal y no nos pueden echar por la escotilla a miles de metros de altura. Miramos qué están viendo los otros pasajeros: Duro de Matar, La Cenicienta o Frozen. Gracias a la medicina normalizadora el Clonazepam hace efecto inmediato…
Y tú ¿Qué tipo de pasajero eres?
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