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  • Writer's pictureAnibal Venegas

8M: Hogares Machistas versus Hogares Feministas

Difícilmente puede ser motivo de jolgorio la conmemoración de un día que hace honor a la protesta vital de las mujeres por algo tan “raro” como la igualdad de derechos. Sometidas históricamente a injusticias y tormentos de toda índole, las mujeres se arriesgan y ocupan las calles el 8 de marzo para denunciar la opresión de la que han sido y son víctimas y el estado paupérrimo de sus vidas. Porque feminista o no, la mujer sigue en la espiral del ninguneo constante que se repite tanto en la costumbre como en el plano jurídico, en el que se le niega, permite y prohíbe en virtud de su aparato reproductivo. Chile: país largo y angosto donde la contratación a plazo fijo y boleteado para evitar el “cacho” del embarazo –esa ocurrencia femenina de esperar guagua– se da desde la prosopopeya estatal hasta el arrabal privado, donde los feminicidios se multiplican, donde a las mujeres les arrancan los ojos y las tiran a la plaza, donde se les niega el acceso al aborto libre y seguro y un largo etcétera, en este país, CHILE, la dulce patria que recibe los votos, no es posible que las mujeres salgan sonriendo a dar las gracias por tan maravilloso tratamiento. Ni siquiera les preguntan si parto natural o cesárea. Y encima, no obstante el calor, el oficialismo las cifra en ciento y tantas mil. Es decir, el ninguneo continúa, para qué escatimar ¡vamos!


Y todavía hay gente que no entiende que el 8 de marzo no es el día de las uñas decoradas con motivos de acrílico Palumbo, la michelada de dos por $3990 si se tiene la F en el carnet o un 20% de descuento en Benetton sólo para ellas. De ahí que una vez de vuelta a las faenas, varias oficinistas hayan hecho el trayecto al “cafecito” pagado por el staff de RSE con una flor barata en la mano dentro de un envoltorio de celofán y cinta de embalaje. ¡Cómo se aglutinaban en Sanhattan las manchas violetas! Algunas recibieron bombones repletos de etiquetas que sugieren obesidad mórbida, es decir, el 8 cayó un domingo, OK, pero el lunes también es posible extender el relajo y solazarse con unas calorías extras provenientes de chocolate de calidad ínfima comprado al por mayor: en la oficina hay una ruma de pendientes (tareas sin hacer, por hacer y las que todavía no se conciben) y en la noche otra ruma, esta vez eso sí, serán calcetines sucios, calzoncillos cagados, libretas repletas de anotaciones, pisos que esperan ser virutillados y un marido gruñón al que además de fregar por arriba y por abajo, hay que tenerle lista su paila de huevos revueltos con cebolla y longanizas.


Según el algoritmo RSE, si sobran bombones, a la trabajadora se supone que le debería alcanzar el tiempo para deleitarse con el “Feis” y el “Guasá” y ver videos de reacciones profundas, de esos que inspiran y sacan lágrimas. Al día siguiente se termina la fiesta y se vuelve a la vida normal de siempre, buuuu, o sea, lo mismo de la celebración, pero sin la flor y sin los bombones. El toqueteo en el transporte público, el sueldo bajo y la caminata en tacos no van a desaparecer así tan fácilmente, en efecto, siguen ahí. Mucho menos las exigencias del don Rodrigo, don Marcelo, don Claudio o como sea que se llame el jefe y sus graciosísimas tallas machistas. A veces, para colmo de males, también habla el presidente de la República.


La mayoría de mis conocidos fueron criados en hogares machistas mientras que yo fui criado en uno feminista. Por lo mismo, varias y varios de mis amigos locales que hoy se apuntan a las causas sociales se reían cuando en 2005 yo hablaba de cosificación, porque en mi casa nos obligaron a leer a la Mary Wollstonecraft, Gabriela Mistral, sí, pero no solo los poemas, sino también “Por qué las Rosas Tienen Espinas” (todavía vigente) y sobre todo el Segundo Sexo de Simone de Beauvoir. Hay quienes estudiaron, leyeron, vieron, aprendieron y por lo tanto evolucionaron, otros se quedaron atrás. Al margen de carecer de un sistema educacional con perspectiva de género, ¿Cómo es un hogar Machista y cómo es uno Feminista? ¿Existe tal cosa? ¿Qué sé yo de hogares machistas y feministas? Soltero, viajero interrumpido por el Coronavirus, barrio gentrificado, cierta decadencia burguesa. Pura observación participante. Nada más. Porque en alguna parte aprendieron la lesera del “Feminazi” ¿no?

Feministas en acción
¿Hogares Machistas?

Casi por default, en virtud de la inexistencia de una discusión crítica de larga data sobre temas vinculados a justicia, equidad y Derechos Humanos, la mayoría de las familias chilenas empieza a planificar la crianza con los métodos heredados del núcleo familiar de origen, donde las letras entraban con sangre, bien fajados y por lo tanto tranquilos como en una naturaleza muerta. A punta de huasquiaduras no más, a nivel simbólico, claro, pero a veces de forma concreta y objetiva, o sea, con cinturón de hebilla. Los “ayayaycito mamita no me pegues tanto” son históricos en ciertos andurriales. Luego de lecturas críticas dado el acceso a una educación general y acercamiento a la cultura mínima, algunos arrancaron de esa cochambre y conformaron hogares feministas como el mío, mientras que a otros se les quedó el chicle pegado en la zuela del zapatón 24 horas que ayuda a pasar mejor las várices y otras dolencias y ¡zaz! ahí están repitiendo patrones e inaugurando nuevos caminos. Caminos que conducen al bosque oscuro donde hay mucha loza que fregar, pailas, Cif, renovador, manteles de osnaburgo con blonda, prohibiciones, es decir, felicidad sin límites para la mujer. El hombre recorrerá dicho bosque con botas de siete leguas.


Digamos que la cosa empieza desde el nombre de pila.


A ver ¿Cómo le voy a poner a mi niña adorada preciosa que la amo con todo mi ser tanto hasta el fin del universo? Desde luego algo elegante y a la moda, tal como la gente de la que uno se enteraba en la extinta revista Vanidades o en las páginas sociales de El Mercurio, pero con retraso generacional claro está. Una multitud de Agustinas, Isidoras y Marías salen disparadas al comercio escolar, porque a sus papis les encanta ir a acampar fuera de los colegios que resaltan positivamente en la PSU y donde se usa uniforme de los de lucir en el supermercado (ojalá Jumbo), para que se note la inversión mientras se elige el pan de margarina. Si no hay viaje a Disney, siempre habrá paseo al mall, SIEMPRE, y donde los niños pueden elegir todo a su gusto, es decir, el tono celeste para la habitación del hombre y el rosa para las mujercitas. Las adolescentes con habitación azul están enchufadas ahí gracias a simpatías futboleras, apenas saben quién es la tal Frida. Las pitucas tienen American Girl, viaje a Disney, empleada y fonoaudiólogo que es el encargado de meterles el acento apatronado y gritón que toda niña bien debe tener si aspira a algo en la vida, es decir, profesora básica que conocerá a su futuro marido en los famosos certámenes de cierta Universidad donde juntan a ingenieros, abogados y doctores con las susodichas.


Las casas de esta gente machista son muy de libro. Si son de la clase media (o sea, con una parejita, la Martina Marcela o la Agustina Florencia, junto al Joaco o al Maximiliano Ignacio) son más chicas que una Ley Pereira, con cocina y pieza de la imaginaria empleada, suelo de porcelanato, ¡Teja asfáltica! ¡Termopaneles! ¡Jardín –delantero– establecido! ¡Todo en 70 metros cuadrados “útiles”! Cuando se aburren de vivir en el departamento van a dominguear a la casa piloto: la compran y echan todo a perder porque la matriarca sabe de estética, eso sí, erróneamente. Aprendió de su propia madre, Pinochetista y apuntada al cursillo de la Capilla o Sema. Entonces los rododendros y los helechos originales son estropeados por bacinicas de loza saltada llenas de rudas y cardenales, enanitos, flamencos y cisnes de yeso que hacen de macetero para la Malamadre y la Ligustrina. El primer piso alberga la habitación en suite y el clóset donde según el vendedor el espacio alcanza hasta para correr una maratón. Arriba en los altos se estrellan y aturden las cabezas de los DOS hijos en el techo tipo mansarda donde hay, obvio, dos dormitorios y más clósets para más porquerías. La felicidad sin límites.


¿Y qué hay ahí dentro? ¿A ver? Nada de libros y en cambio, el soberbio modular, mucho honor a la felpa, a los pañitos tejidos a mano y a los televisores que se amontonan en las habitaciones y que se renuevan con cada partido de fútbol. Esta gente les mete a sus hijos hombres que el partido de fútbol es esencial para una vida que valga la pena ser vivida, a la vez que los atosigan de comida chatarra y pan con salchichas y mostaza para el desayuno, que no falten las proteínas. Las niñitas (“las hijas”) inauguran su entrada a lo femenino con las “primeras uñas” de acrílico con motivos coloristas y que se ponen ahí en las redes sociales para que otra comente lo bonito que se ve todo, aunque en verdad se ve bastante ordinario…


… Piensa la única madre elegante amiga de la anterior y su casa Ley Pereira de 30 mil UF, cuya hija ya está tomando clases de ballet o en el grupo ecuestre y se prepara para la confirmación. Nada de uniforme estrafalario ni desdén por la gimnasia: estas niñas son fanáticas de gente como Yana Kudryavtseva y Rapunzel, porque todas DEBEN tener el pelo largo como una auténtica Virgen María de estancia vaticana. Las casas carecen de libros que no estén ahí para decorar (Taschen) de modo que eso no importa y en cambio, el tema a debatir a la hora del té: ¿Serán más convenientes las cortinas de “roll” de lino o las “blackout”? Desde luego, siempre habrá un sillón Valdés, una escultura católica del Mall de las Antigüedades, muñecas de porcelana, bastones heredados, cruces en todas las habitaciones blancas y acaso una trapelacucha al lado de los floreros de cristal Murano.



Al igual que sus pares Middle Class, están a favor del niño que está por nacer (siempre es niño) desde la perspectiva católica claro está, los y las transexuales son una degeneración y la gente “humilde” –o “rota” en vocabulario clase media– es envidiosa, floja y resentida por naturaleza. ¿Clara Schumann? ¿Simone Weil? ¿Isidora Aguirre? Seguro son marcas de ropa. A los ojos de un hogar machista el colectivo las Tesis, por ejemplo, es un corolario de niñas gordas y feas que no tienen nada mejor que hacer con el tiempo libre, entonces van y aparecen “piluchas” exigiendo leseras, cuando uno debiera soñar con el médico en jefe, la alfombra mullida del bazar y una buena depilación láser que dura más que la peligrosa afeitada. A las niñas de la clase media se les conduce por el camino de la higiene y la limpieza, son muy limpias y fragantes, hasta sus gomas y sacapuntas huelen a pachulí. Las otras son más cautas y entienden que mucho aroma pasoso es en verdad de muy mal gusto, cuando tengan la edad apropiada usarán Eau de Caron que se las traerán directamente desde París ya que en Chile no la venden. Si las primeras compran sus velas para la aromaterapia en la sección Glade del Líder, las otras lo harán en Santa María Novella. A cada quien lo suyo. Los hombres oyen la palabra gerencia durante toda su vida.


Evidentemente existe un sesgo de clase en lo que escribo, porque los hogares modestos no tienen opción a la hora de decidir si machismo o feminismo es el norte, lo suyo son otras prioridades. El problema es el oficialismo político que decide por ellos, haciendo eco de las exigencias de la familia chilena bien (AKA machista) que les quiere controlar desde la entrepierna hasta el sector donde les construirán los 35 metros cuadrados de vivienda indigna sobre la que debe edificarse dignidad a partir del endeudamiento. Todo asumido muy naturalmente hasta el 18 de octubre de 2019. Por eso, para sorpresa de las familias machistas ya acostumbradas al ajetreo del 8 de marzo –que critican duramente en EMOL–, las exigencias feministas 2020 van más allá de la integridad personal y las pañoletas verdes y violetas: ahora es “apruebo”, “el Estado Opresor”, “Justicia”, “Dignidad”. Qué locura hablar de eso ¿no? en un día tan bonito y claro donde uno perfectamente podría estar con la parentela comentando la vuelta a clases en un Tip y Tap.


Independiente del hogar, el Estado es efectivamente el ente opresor: hace oídos sordos a los problemas reales de las mujeres y reafirma estereotipos y lugares comunes valóricos y religiosos que transforman en ley. Si les gusta bueno, si no, aténganse a las consecuencias: sueldos bajos, ninguneo, manoseo, porque total, ustedes prestan el cuerpo.


¿Y los hogares feministas? Poco se puede predicar de ellos porque quienes nacimos ahí venimos del más evidente privilegio. En su mayoría abrumadora somos parte de la llamada burguesía y nos enteramos de todo gracias a una aproximación más que profunda a la cultura occidental, incluso oriental. Es decir, en mi vida he podido conversar, estudiar y trabajar con gente como Martha Nussbaum, Judith Butler y Vandana Shiva. Quienes salimos de ahí tenemos la responsabilidad moral de esparcir la semilla del conocimiento regalada a manos llenas. Porque el saber es poder. Hablar de mi propia casa sería una oda al narcisismo (madre y abuelas absolutamente empoderadas, libres, inteligentes, graciosas, de opiniones firmes y encima elegantes, casa repleta de libros, hermana al tanto del aborto desde la menarquia y hasta dónde hacerlo de forma segura al tiempo que se toman vacaciones, etcétera) pero bueno, es la vida que me tocó. Nacer en un hogar Feminista es una suerte y privilegio ¿Por qué? Porque el Feminismo es la respuesta crítica y la más revolucionaria de todas. Mientras los machotes discuten estupideces e invitan a abrazar carabineros rozando apenas la trascendencia del Meme, las gloriosas Tesis, sin romper una flor, sin imponer bravuconadas del tipo “el que no baila no pasa”, dieron la vuelta al mundo y siguen inspirando a miles y millones con el abordaje crítico de los padecimientos de tantas vidas de mujer…



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