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  • Writer's pictureAnibal Venegas

Canciones de letra mala o mala letra

Cuando a uno le ofrecen plata para corregir lo que otro escribió con miras a la publicación paperback y en el mejor de los casos tapa dura, no se puede uno escaquear con el ofrecimiento, hay que responder de inmediato y muy fuerte: sí, acepto. El internet y los gastos comunes no se pagan solos, bonos tampoco hay y alguien me dijo que tenía talento para la lectura crítica. De ahí que estuve casi tres meses sin actualizar mi blog. Además, siempre está la voluntad perversa de criticar con lujo de detalles lo escrito por otro porque no intervienen compromisos emocionales ni culturales que hagan bajar las revoluciones: si el escritor o escritora en cuestión resultan tener lazos filiales con uno, qué hace uno, llamar al ingeniero comercial a cargo (la última palabra en el intrincado mundo de la literatura la tiene gente que sabe dónde y cómo vender) para avisar que el paso siguiente es la forzosa inhabilitación. Así todes contentos.


Todes contentos hasta que aparece el bendito poemario. O sea, corregir y editar cuentos, novelas, crónicas y ensayos es un auténtico festín, pero ¿Poemas? Porque si el cuento o la novela resultan derechamente malos, es fácil argumentar el rechazo: no existe hilo conductor, el personaje principal desaparece en la mitad de la historia, el capítulo quinto contradice al capítulo noveno, no se escribe “de el” sino “del”, y el comodín del último tiempo: ¿Las mujeres sólo operan desde experiencias de cosificación? No es lo mismo con los poemas donde cualquier perversión lingüística, indecencia literaria o cacofonía no sólo están permitidas, sino que se alienta a incorporarlas. Entonces ¿Qué? Tuve que rechazar proyectos únicamente en virtud de los antecedentes curriculares de los autores y la correspondiente mínima visión comercial, aunque el 90% de los poetas seleccionados se largasen a vomitar estanzas del tipo:


Hoy mi voz trémula

danza contra el viento patriarcal

donde las estrellas fornican con mi yo-ahí-en-el-tiempo

lavadora automática fluye…

… como la levadura

mientras se acunan

los

corceles

del infierno capitalista

bacinicas saltadas con cardenales dentro

la cuelga con la malamadre de mis ansias

se arremolinan los albaricoques del amor punzante

muerte… me… sonríes…

así por ser


Fin.


“La poesía acepta cualquier tontera escrita en bonito” pensaba. Pero ¿Octavio Paz? ¿Pablo de Rokha? ¿Los raperos de Edimburgo y Solvychegodsk que improvisan rimas libres sumidos en la cloaca, en la chabola periférica, de cara a las pilastras de algún puente suburbano? Como sea, nunca me ha gustado la poesía más allá de los clásicos y uno que otro autor contemporáneo. Sin ir más lejos –y solo para efectos de no empantanarme en la más llana ignorancia– sigo los consejos de Harold Bloom y acepto los convites a recitales “desde el territorio” como se dice ahora: allí está el hiphopero anticapitalista recitando alguna letanía con el micrófono a fin de resolver la ausencia de rima con su beatbox para, acto seguido, batir convulsivamente los pies adornados con zapatillas nuevas modernas compradas con los dineros de los ahorros previsionales. En el último tiempo les ha bajado la fiebre por usar collar de perlas. También está la típica amiga que escribe en su blog (allí no es conocida por su nombre, siempre es y será una muy antivacunas “Amancay”) donde reclama la pensión alimenticia apelando al semen heteronormativo del deudor y que antaño le abrumaba el fundamento sumado a otras urgencias cochinas, que siempre terminaban en la cama no obstante el insoportable olor a culo y esmegma del susodicho. Y la amiga quiere que uno le opine positivamente la concupiscencia escrita, te quedó precioso, y sin que se oiga, por qué nací. A los anarco no les entiendo ni jota.


Porque a los anarco-punks les interesa la música. Ok, la música por encima de la letra. No existiendo dictadura de por medio, hay letras que se cantan con total libertad aunque resulten absurdas y aunque critiquen erróneamente las instituciones del Estado (a veces una canción puede creer que el Poder Ejecutivo hace lo mismo que el Poder Judicial). La diferencia, y lo que permite redimir ciertas inconsistencias “literarias”, es el tono, el estacato entre coro y berreos guturales, porque al fin y al cabo lo que importa es la escala musical y el uso adecuado de los instrumentos. Esto, desde luego, en caso de que cumpla con requisitos mínimos de calidad. Hay letras tontas con música tonta, de la misma manera que hay letras tontas acompañadas de buena música. Es lo que pienso cuando escucho “Heroes” de David Bowie: I, I wish you could swim, like the dolphins, like dolphins can swim, es decir, Yo, yo desearía que pudieras nadar, como los delfines, como los delfines pueden nadar. ¿De verdad? Y encabeza todas mis listas de reproducción, ya sea en Spotify o alguno de mis viejos y leales iPod que todavía uso.


Las escucho a diario o las aprendí en contra de mi voluntad gracias a las películas, la dictadura familiar, taxistas, confinamientos eternos y Ubers indiferentes al goce estético ajeno. Pero también durante fiestas patrias o simplemente por moda y, desde luego, el infaltable matrimonio donde hay que dar en el gusto a los convidados que de otra forma no se inscribirían en la dichosa lista del Falabella, fin último de varios sagrados vínculos. Con mala letra y buena música, con mala música y mala letra, aquí va una selección de canciones que simplemente significan nada o lo que significan es más que problemático. En tono socarrón, una amiga me preguntó hace algunas semanas: ¿De esas canciones que se supone a uno no le deben gustar? Aquí la poesía cobra vida, lo que en ningún caso quiere decir una vida que valga la pena ser vivida ¿O sí?


Si vas para Chile (Los Huasos Quincheros)

La canción de las buenas gentes nortinas que inclinaron sus intrincados y complejísimos afectos hacia el candidato virtual que prometía sembrar de obstáculos el difícil proceso de los visados. El famoso vals se escucha a través de altoparlantes en los supermercados Jumbo con motivo de las celebraciones dieciocheras. Todos los malditos años. Entre medio de rumas de paja seca, chuicos, garrafas, farolitos de papel crepé y ofertas de vino y cerveza –toda la festividad se mueve en torno a eso y a la comilona de asados y empanadas de horno– se escapan los versos que invitan al extranjero a venir, calzar botas de siete leguas y cruzar, cual emisario, valles y esteros a fin de repartir recados. El problema viene con “Campesinos y gentes del pueblo te saldrán al encuentro, viajero, y verás como quieren en Chile al amigo cuando es forastero”. Algo falló en el mensaje de sus autores (cuyo público objetivo es la derecha que ve en Piñera al amigo del proletariado internacional), algo GRANDE que de un modo u otro redundó en la quema de enceres de, correcto, forasteros.


La letra suena bien si el extranjero en cuestión resulta noruego, sueco, alemán, danés o suizo. Si es haitiano se roba los beneficios sociales y se queda con los subsidios para la vivienda. Si es venezolano lo dicho, además hay que expulsarlo a patadas de la plaza donde está acampando para acto seguido armar una hoguera y tirar dentro –a vista a paciencia de todo mundo– las pertenencias del dichoso amigo forastero: colchones, pantalones, zapatos, leche en caja, verduras, mantas. “Porque Chile es el país más lindo con la bandera más linda, lo que pasa que es la Bachelet abrió la puerta”. Canción sin contenido que solo anuncia la llegada de fiestas patrias y con ello la muerte de personas ebrias en las carreteras de todo el territorio nacional.

Yo no fui (Pedro Fernández)

“Oye ¿Por qué escuchas esa canción tan estúpida?” le pregunté a mi mamá en junio del año 2000. Mi mamá ponía la canción de Pedro Fernández como telón de fondo cuando tocaba encerar las tablas del suelo que a la vez coincidía con la preparación de una nutritiva y asquerosa sopa a base de arvejas partidas. Un popurrí verdoso, grasiento y rico en nutrientes que servían en la regia porcelana de motivos florales que mi mamá compró con su primer sueldo de profesora en los años 80. Mi mamá se puso a llorar “no respetan mis gustos” decía (la infeliz estaba en pleno climaterio, yo ni siquiera lograba entender qué era la menstruación por esos miserables, retrasados y primeros años del siglo XXI).


Los berrinches maternos no lograron desmentir la evidencia científica: “Si te vienen a contar cositas malas de mí, manda a todos a volar y diles que yo no fui: yo te aseguro que yo no fui, tú tienes cara de pirulí”. Dios mío. El menjunje pegajoso y sinsentido de la cancioncita que se escucha hasta el día de hoy, tiene el logro de haber hecho calzar la letra con la música. Fin. O sea, bien podría decir “Si te vienen a contar cositas buenas de mí, manda a todos a follar y diles que yo los vi: yo te aseguro que yo los vi, tú tienes cara de potosí”. ¿Qué fue lo que hizo el galán que ahora lo está negando? ¿El no pago de la pensión alimenticia? ¿Acostarse con la enemiga natural de la mujer del hermano mayor, de quien además se es primo hermano? ¿Robar un banco? Preguntas sin respuesta.


Calling Occupants of Interplanetary Craft (Carpenters)

Casi todas las canciones de este par (salvo quizá, We’ve only just begun) tienen el efecto cringe: es cosa de escuchar “Sing” –“sing, sing a song” “canta, canta una canción”, really? y con niñitos que no son del Coro de niños de Viena bandejeando a la Karen Carpenter– y es como si alguien pasara sendas uñas acrílicas por una pizarra. El problema adicional con Calling Occupants of Interplanetary Craft es que es lista y llanamente estúpida. La letra es lo más bizarro del universo, el que dicho sea de paso evocan una y otra vez: “han estado observando nuestro planeta Tierra, y nos gustaría hacer contacto con ustedes, somos sus amigos”. Virgen santísima.


El video los muestra vestidos de blanco pies a cabeza, como en un culto canuto o matrimonio Amish. Una lástima. Como escribió Rob Hoerburguer en Rollingstone comentando el último álbum de los Carpenters, Lovelines: “Tristemente, los años setenta nunca terminaron realmente para Karen Carpenter: murió antes de poder desprenderse de la imagen santurrona del dúo y que ensombreció su inmenso talento”. ¿Dónde la conocí? De casualidad. Había ahorrado plata cortándole el pasto a mis vecinos, quería comprarme un disco (todos los que tenía eran de música que ya no me gustaba, dicho sea de paso, piratas) y el compilatorio “Interpretations” costaba cinco mil pesos. Hay canciones peores, sí, está “Bless the beasts and the children” y “Touch me when we’re dancing”, pero se quedan en el planeta tierra. Cantar en modo balada para los alienígenas está en un nivel superior de lo cringe. Tal vez Xanadú de Olivia Newton-John le hace algo de sombra o Salvation de los Cranberries y su empalagoso entusiasmo de catequesis (To all those people doing lines, don’t do it, don’t do it, “Para toda esa gente que está jalando, no lo hagan, no lo hagan”).


Hace falta hablar de “El Duelo” de La Ley, Me asusta pero me gusta, Se murió Tite y tantas obras de la peor literatura ensartada en pentagramas donde simplemente se activa el teclado en modo automático…


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