De drama local a caos global, resulta que el festín proteico-microscópico traspasado de la fauna al cuerpo humano está causando estragos en el mundo entero, también conocido como: todo menos África. Las bolsas se están cayendo a pedazos ¿Nueva York? Convertido en un universo apocalíptico del terror. Mandatarios de cuarta ralea muestran sus diversas y ya nada graciosas incapacidades y la gente tiene miedo porque sí, el virus se propaga rápidamente y puede llegar a ser mortal. La Redes Sociales me recuerdan que hace exactamente un año empecé a escribir este blog desde tierras foráneas para narrar mis experiencias vividas como escritor de viajes, pero con la libertad total del control sobre contenido, extensión y estilo. Ahora lo único que quiero es mantenerme en casa entre las cuatro paredes de mi minúsculo departamento, no es que me quede otra opción…
… A propósito de la Cuarentena total decretada en varias comunas del gran Santiago de Chile, en una de las cuales se erige mi feo edificio de vidrio y concreto también llamado Condominio. Y pensar que hay gente orgullosa de vivir aquí. ¿Qué se puede hacer durante el cese de las libertades personales en pos de la sobrevivencia del colectivo humano, es decir, Cuarentena obligatoria? Bastante y a la vez poco. La opinión pública ya estaba dándome el alto y bajo desde hacía rato cuando cruzaba corriendo los parques serpenteando entre encinos viejos, dalias, moreras, juncos, guantes de goma, papel higiénico usado y cupones de sorteo: mi rutina de ejercicios contradecía la ordenanza popular respecto a quedarse encerrado, aun cuando todavía no era obligatorio y contra la visión de la comunidad científica que no ve peligro en trotar al aire libre. Resulta que hoy en día no se puede hacer nada. La opinión púbica sentencia con estilo urbano y vehemencia: usted debe reinterpretar la democracia y aceptar que TIENE que mantenerse encerrado en casa, de lo contrario es posible darle una paliza. Y aquí estoy, encerrado por obligación desde hace varios días y voluntariamente desde hace semanas, imbuido en la vorágine del Teletrabajo, algo que parece que todo el mundo sabía incluso antes de saber.
Así es como previo al decreto supremo respecto a la obligación del encierro total, armado de mascarilla y guantes, fui a la librería surtida del barrio a actuar en directa oposición a lo que a uno le mandan en mensajería de texto o a través de las redes sociales, es decir: amigues, estos son los sitios web donde pueden escuchar Ópera en el MET, Dido y Eneas en la Scala y leer a Foucault, ¡todo gratis! Porque de pronto hasta el más bruto de mis conocidos era adicto a la Edith Stein y Soren Kierkegaard, lo que en realidad quiere decir Netflix, pero se ve más elegante lucir erudito en época de cuarentenas. Como no se pueden mostrar ni avances de temporada, ni abrigos de poliéster, ni un bonito pantalón nuevo moderno, la frustración estética se revierte en modo sociológico, antropológico y musicológico. Pero a la chilena, eso está claro.
Habiendo tenido que leer por obligación toneladas de textos sobre la debacle de las democracias occidentales y escritos sobre filosofía del derecho, fui donde el vendedor de la dichosa librería –porque hasta el día antes de la cuarentena ya no se podía ir a elegir con la mano libre, atendían en el pórtico– y pido: necesito una novela gruesa, ojalá de más de 400 páginas, entretenida, que los protagonistas no sean feos por favor, es decir, física y moralmente, y que termine en final feliz, gracias. Mirada de desaprobación de la opinión pública, personificada ahí mismo por la clientela dramática que llevaba a los Hermanos Karamazov y Ana Karenina (los clásicos siempre son más baratos, eso sí, no escatiman en la cecina y por supuesto el pisco, la cerveza, los cigarros y los vinos) y me juzgaba por mis vulgares demandas. Pero ante el desparpajo de uno empiezan rápidamente a actuar en cadena y de tal forma un señor de la Corte Suprema de Justicia va y recomienda “El Largo Camino a Casa” de Alan Hlad. Compré a Kate Mosse, Tana French, Paolo Giordano. Un festín para mi cerebro.
Sí, será una Cuarentena soportable al menos, leyendo a destajo.
Nada más alejado de la realidad.
O sea, por algún extraño motivo, antes de la cuarentena me las arreglaba para administrar mi tiempo libre entre la lectura, el deporte, abdominales, salidas a comer, idas y venidas a conciertos. Y me sobraban horas porque soy de hábitos noctámbulos, me ardían los ojos leyendo hasta las 3 de la madrugada para acto seguido levantarme a las 6:30. Ahora en tiempos de Coronavirus ¿Cuántos de nosotros nos pasamos el tiempo no destinado al teletrabajo simplemente contemplando el cielorraso blanco, que según la psicología del Gestalt, es el color que amplía los espacios del tamaño de un maní para regocijo del probablemente arrepentido habitante? ¿Qué comportamientos anormales hemos asumido en estos días de aislamiento involuntario? He aquí alguno de los míos.
Averiguar todo y saber nada sobre el Coronavirus
La única certeza que tengo respecto al COVID19 es que lo que una semana sé, no, lo que un día sé, a los dos siguientes es desmentido. El lunes el ibuprofeno produce ceguera, el miércoles es la piedra filosofal. El jueves hay que ponerse mascarilla para salir a la calle, el domingo deben a uno escupirle directamente en las fauces para contraer el “Corona”, el lunes otra vez las mascarillas, el martes no, nuevamente el miércoles sí. Ante la avalancha de información contradictoria, me prometo mil veces no abrir diarios online y centrarme en el trabajo… pero lo primero que reviso es la cifra de nuevos contagiados y los nuevos muertos de Quito, Nueva York y Delhi.
Y ni siquiera bastan las teorías conspirativas, son medios serios tipo The Guardian o la BBC los encargados de llenarle a uno la cabeza de incertidumbres, reforzar miedos antiguos y otros recién inaugurados, desplome y asenso de bolsas de comercio, la cuarentena es buena o es mala, las cifras de COVID19 coinciden con las de la gripe estacional, etcétera, ETCÉTERA. Creo que nunca había acumulado tanto conocimiento inútil, porque efectivamente no sirve de nada. Si ya estoy encerrado, me lavo las manos cada 5 minutos (con efectos espantosos en la calidad de la epidermis) ¿Qué obtengo de informarme y a la vez desinformarme? Nada. Pero gracias a la Cuarentena me he transformado en el reservorio de la indagación viral. Paradojas de la vida contemporánea…
Comer pésimo
El problema de los aislamientos involuntarios es precisamente la nula “voluntad” personal a la hora de quedarse o no en casa. Cuando vivía en India, en una comunidad agrícola algo parecida a Secta religiosa (tenía prohibido salir sin autorización expresa, los libros eran limitados, no se podía contradecir a la líder), al menos tenía “opciones” que me conducían a algo parecido a la libertad. En último caso podía irme cuando se me diera la gana. Eso no quitaba la obligación de comer únicamente platos veganos, de cultivar y segar con machete mi propio arroz, nada de televisión, nada de Coca Cola o Pepsi light, absolutamente nada de bebidas alcohólicas. Pero como dije, habían escapadas a la “norma”: siempre estaba la alternativa de ir a comprar medicamentos a la aldea cercana o seda para una respetuosa Kurta. ¿Cuál es la salida acá? Respuesta: ninguna. Afuera hay virus, la nada, cacerolazos y de vez en cuando el eco. Dentro: la decoración horrenda de mi departamento amoblado, que ahora entiendo, debí intervenir desde el punto de vista del buen gusto para lograr alguna impresión medianamente estética. Entonces una vez obtenido el bendito permiso policial correspondiente, voy a la panadería hípster del barrio, donde el dueño y vendedor creen estar haciendo un favor a la clientela con su pan de “masa madre vegano” de precio exorbitante, de formas europeas y materias primas finas acarreadas desde la costa Amalfi o Bari.
Y para mi disgusto, me encanta ese pan y por supuesto me como cuatro o cinco. Con salchichas hervidas Winter que es lo único que pude conseguir en el supermercado el día que anunciaron la Cuarentena. Salchichas cuya materia prima debe ser cartílago, goma de borrar y esmalte de uñas. Uno revisa los ingredientes y sale la cascada wagneriana de consonantes imposibles de leer. Contradiciendo la alharaca cuica de mis vecinas que quieren “salvar” al negocio de barrio sólo porque el dueño es cuico igual que ellas, a mí me importa un comino ese emprendimiento ajeno con enfoque top y sesgo de clase y, en cambio, me atormenta la futilidad de los kilos extras, definitivamente extras. Porque tras haber caído en la vorágine consumista de bienes de primera necesidad, ahora que estoy todo el día en casa olvidé el “buen comer” y no basta con el almuerzo, no señor, entre medio hay: galletas de toda índole, cereal repleto de azúcar, bananas, chocolates y más galletas. Y la rutina multivitamínica y probiótica que la ciencia ha explicado mil veces que no sirve. Pero el efecto placebo es bueno y se aloja en las estructuras cognitivas.
Tampoco es de mucha utilidad el enfoque “holístico” de amigos y no tan amigos confinados al encierro y que constantemente mandan números telefónicos, datos de contacto y páginas web de gente de emprendimientos saludables con el fin de sabotear al pérfido empresariado neoliberal heteronormado tipo Walmart. Todo el tiempo los vi comiendo hamburguesas y entregándose a la cochambre alimenticia Great Value, ahora –según Instagram– no se echan nada a la boca que no contenga vitamina C, hierro y ácido fólico en su estado puro. Ojalá verde, regado con pipi de vaca criada en absoluta libertad en las pampas sureñas y cultivado en una compostera fina. Dichos productos son repartidos por gente cuya cuarentena no importa mucho en verdad y quienes de paso acarrean litros y litros de alcohol gel, desinfectante cutáneo, cloro y papel higiénico. Antes de la pandemia, la gente iba al baño y se dejaba restos de caca entre las nalgas: la alta demanda de bidets para manguerearse el culo así lo sugiere.
Entonces, ahí estoy: durante las mañanas, con la yoga mat estirada sobre el piso de madera falsa equilibrando las piernas a 30 centímetros del suelo durante media hora. Y por las tardes, plank y cuánto video de salto quemagrasas encuentre en internet. Al final me voy a dormir con una copa de vino tinto y termino de cara a la tele donde proyecto vía YouTube videos de gente que se saca la mierda en las carreteras de Siberia. O gente reaccionando a dichos videos.
Voyeur
El otro día se cortó la luz y no me quedó más remedio que salir a la terraza con una botella de cerveza Gulden Draak. Ahí estaba, el edificio de enfrente, en todo su esplendor de hormigón celular armado. ¿Qué tiene del otro mundo? Nada, probablemente los gastos comunes son más caros porque al parecer cada departamento ocupa un piso entero. Es posible que haya ascensor para la armada doméstica y otro para los patrones y en lugar de chépica de cuarta se extiende un elegante “paisajismo”. Eso no quita que la gente que está dentro ofrezca un espectáculo a los ojos del prejuicioso resentido que vive al otro lado y que se ríe, por ejemplo, de las bacinicas de porcelana con matas de ruda que ponen en el balcón. Por supuesto al lado de los enanos y sus respectivas lamparitas.
Y por allí pulula el dueño de casa y ¡zaz! se le ocurre cocinar. Cómo se realiza en el mármol de la credencia triturando las hortalizas finas o mezclando huevos en la batidora Kitchen Aid. Parece que juntar los ingredientes hasta formar una unidad llamada “pato a la naranja” o “Torta Amadeus” no era tan sencillo y quizá el trabajo de la empleada doméstica sí es difícil y requiere inteligencia. Los San Estanislao no se hacían solos. Bueno ya está todo listo y es llevado al comedor, con la intención de ponerlo todo debajo de la araña de cristal murano que cuelga del techo (quienes no se pueden permitir una tienen una sobria lamparita de papel blanco, feng chui) con la precaución de haber puesto un mantel grueso a fin de no arruinar la integridad de la mesa de cedro. La mala suerte quiere que el equilibrio falle, entonces todo el menjunje se va directo a la alfombra. Entrada en escena del trapo de limpiar: ¿Diablos? ¿Tiene Coronavirus? ¡Toda la bendita semana con las precauciones pegadas a las sienes y ahora fallando sistemáticamente! Vuelta con los alimentos hacia la cocina, donde el calor del microondas destruye virus y bacterias. Aquí está, mi amor. Pero la otra está que ladra parece, sale a fumar un cigarrillo a la terraza, lo que desde luego agravaría un cuadro de Coronavirus y por lo mismo lo arroja a la calle. Desde luego va a dar al balcón de abajo. Ojalá no haya incendio y mueran todos ahí dentro, calcinados.
¿Cómo va a mantenerse malhumorada con esos niños tan lindos sentados a la mesa? Lo negativo es la comida que sabe a cloro y a tierra. Puaj, qué asco, sin embargo, fue hecha con cariño y devoción. Fíjate tú Maida, como que en verdá la Marce tiene ene pega y uno aquí pidiéndole que se quede a ayudar los fines de semana. Bueno, a cada quien lo suyo, lo importante es que tiene trabajo…
… ¿O era que no va a tener trabajo? Sigo elucubrando y espiando desde mi encierro, esperando sobre todo que llegue el día, el tan maravilloso día en que pueda oír una buena noticia.
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