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  • Writer's pictureAnibal Venegas

El mal de los Representantes Cuicos

Hace poco hablaba por teléfono con mi mamá para saber cómo estaba. Como la mayoría abrumadora de madres chilenas, el “cómo estás” no siempre es abordado con serena alegría replicando una preciosa imagen mental tipo Atalaya, esa revista que venden los Testigos de Jehová en los terminales de buses, con campos repletos de tulipanes, gente delgada y rubia y aromas felices marca Glade. Casi siempre son quejas. ¿Mi madre? Mujer de negocios, pragmática, elegantísima, no tiene tiempo para conversaciones que no conduzcan hacia algo concreto –salvo cuando me pone atención mayúscula a la hora de explicar a Platón o la narración de un viaje–, ningún hombre está por encima de ella, sin embargo, a pesar de su profunda independencia mental y económica, aún sufre los cataclismos machistas de sus pares del sexo opuesto. Lo que mi papá debe decir una vez ella debe repetirlo cuatro veces (a veces con capturas de pantalla y megáfono en mano) y en un tono de voz grave, no se nos vaya a quebrar la vieja, pero es de esperar porque las mujeres son más entregadas al sentimiento. Por ninguno de los motivos una lágrima. Por ninguno de los motivos un titubeo. “¿Por qué crees que pasa eso?” me preguntaba desde el otro lado del teléfono, a propósito de una reunión que sostuvo con únicamente hombres, porque casi siempre son hombres. Ni idea, ¿Incapacidad de imaginar escenarios distintos? ¿Demasiado “inconscientes” de sus ventajas y privilegios de hombres en una sociedad patriarcal? ¿Muy viejos, por tanto, problema etario?

Son las mismas preguntas que me hago cuando escucho hablar al presidente Sebastián Piñera, que antaño mostraba hasta la bacinica de porcelana con sus respectivos meados con tal de salir en la tele y ahora apenas asoma la nariz. A estas alturas ya no sabemos si es muy descarado, muy pillo, o lisa y llanamente bruto. Sí sabemos que, en teoría, está casado con una mujer a quien hay que hacer parecer tonta mandando audios por teléfono y gritando que está rodeada de aliens y qué bien vendría compartir los dichosos privilegios, de los que nos hemos reído todos. ¿En serio no tendrán mejores asesores comunicacionales?


Pero bueno, sigamos con el Presidente. El señor del misterio. Pero no un misterio de Rosario gozoso o doloroso ni mucho menos del tipo: “a ver, seguro ha de guardar un genio por dentro y así como Sócrates tocó el alma del esclavo en el Menón descubriendo toda una riqueza intelectual útil para la geometría, huelga decir que nosotros también encontraremos algo”. Esta falsa intuición nos hace cometer infinitos errores en el ámbito amoroso creyendo que seremos capaces de hallar algo en donde no hay dónde buscar. Y creo que ahí radica uno de los problemas en la gestión del presidente. Eso y su ceguera de cuico bueno para la suma y la resta –los trovadores se encargarán de las letanías que describirán sus vicios con mayor elocuencia, y los organismos de Derechos Humanos– pero del resto nada de nada. Apenas saca un pie de su regia mansión ya es conducido hacia un auto de cuico chileno, que en el imaginario de Chile es Mercedes Benz o Audi, aun cuando dichas marcas sean en verdad mal vistas en los círculos del 5% de la población ricachona que tratan de transmitir “sobriedad” a través del Land Rover o un Peugeot de alta gama. Los cuicos sub 50 no andan en Mercedes, si lo hacen no son cuicos. Es decir, igual de tontos pero con códigos diferentes. Son complicados de procesar a nivel intelectual, pero no por una cabeza decorada a lo Schubert, sino porque se mueven en un mundo de símbolos estúpidos que solo ellos comprenden y que al estar pendientes únicamente de ellos son incapaces de ver, observar y entender otra realidad. En síntesis, son brutos porque son cuicos. Ok, hay cuicos simpáticos y hasta excéntricos, pero esos no gobiernan un país. Y todos tenemos a uno como amigo. O pariente. O quizá cuántos de los que me leen son cuicos o considerados como tales.

Por ejemplo, antes de mandarse un Catalina la Grande, es decir, leer todas las obras de Cicerón y decidir conquistar Rusia y convocar años más tarde a la Gran Asamblea Constituyente con gente de la nobleza y el campesinado, Piñera decide pasarse la tarde del 18 de octubre comiendo tallarines con sus rubios nietos mimosines. En un restaurante penca del barrio alto, pero barrio alto al fin y al cabo. Y ojo con lo de nietos, porque como buen cuico no va a tener un nieto y una nieta (ni los va a llamar “el nieto” y “la nieta”), qué ordinariez. Como todo en su vida, él tiene varios. De ahí que, con tantísima preocupación, no le daba el tiempo para partirse en dos mitades: un Piñera para la pomarola, el pesto, el mantel a cuadritos, en síntesis, todo lo que comprende el universo de las pizzas y aceite de oliva extra virgen, y un Piñera para las cuitas de la chusmería proletaria rasca que desde el lunes tenía a su prole fea y ladrona evadiendo el Metro de Santiago, el más caro de América Latina. “Son puros resentidos sociales, envidiosos del que tiene en lugar de trabajar” me explicó una vendedora de viajes Cocha en las postrimerías de la quietud del Oasis, por ahí por el 17 de octubre. ¿Estaría pensando lo mismo Piñera?

Se declararon emergencias, olas de vandalismo nunca vistas, toques de queda. Finalmente, la seguridad nacional, al ser lo primordial, quedó en manos de los militares y su hálito pinochetista del que Chile aún no logra ni puede (ni debe) deshacerse, porque al parecer la memoria es demasiado frágil. Fragilísima. Resulta que estábamos en guerra, sí, pero ¡qué raro! Contra nosotros mismos. O lo que traducido en Piñera language, significa: los ricos versus los pobres, o sea, el 5% contra la mayoría. Porque los pobres son los que tienen calillas, el problema del CAE y la operación a la cadera cuya reserva de hora resulta después que el alma ya vagó por esta tierra y las velitas yahrzeit se hunden en las profundidades de algún río, no el Mapocho, que el delirante arribismo del primer gobierno Piñera quiso hacer navegable. Son los pobres quienes deben tener consideraciones de todo tipo cuando Metro “perdía” si no se subían los 30 pesos. Pero qué son esos mismos 30 pesos en la economía doméstica planificada en torno al sueldo mínimo y los avances en efectivo disponibles a través del plástico del retail, que se supone vamos a financiar de ahora en adelante gracias al subsidio estatal de 50 lukas que saldrá de nuestros bolsillos. Todo eso es muy complicado de entender para alguien que desde niño fue puesto al centro el universo, mientras lo lavaban y frotaban, por arriba y por debajo.


Seamos justos, parece que no siempre fue así la cosa e incluso hubo episodios de violencia sistemática en lo que respecta a la repartija de los Bavarois después del Schnitzel con papas cocidas y ricota, alimento espantoso que debían consumir las familias de clase acomodada tipo Piñera en evidente crisis económica y de sentido moral. Con esfuerzo y emprendimiento construyó Piñera Empresario un imperio a base de la especulación financiera y la fechoría y que sus votantes contemplaron como señal unívoca de crecimiento personal, “emprendimiento”, de ahí la frase para Citas Citables del Reader’s Digest: si se hizo millonario sabrá manejar un país.

Pero el presidente no está. ¿Aló? ¿Está el presidente? ¿Aló?

Ah, bueno, galopando en un burro llegaba la vocera de gobierno, que hablaba en una performance que ella entiende como gusto de ricachón, a ver si se arianizan sus greñas de pobla apelando a la muy ochentera papa caliente. De flaite a cuica y sin caer en los excesos de la creadora de Chilezuela, que somete su cabellera a infinitos tormentos de la industria capilar, todo sea para destacar. Negativamente. El presidente –aún sin decir mucho, y lo poco era insuficiente o estúpido– cogió su tablero de jugar Damas, lo tiró desde el ventanal del Walk-in-closet (repleto de ropa fea y demasiado grande, aconsejado por el asesor de imagen) que da directo al jardín establecido repleto de dalias, esfinges y una regia piscina y ¡zaz! cambió las fichas, de modo tal que quedaran parecidas a las de antes, pero con aire renovador. Salida de la del burro y posterior huida a los deportes y entrada de una que efectivamente se ve rasca (muy morena y poco atlética como para que la confundan con señora de Ministro o socio del Club de Golf Los Leones) y que por lo mismo debiera tener más cercanía con el “pueblo” atormentado por la delincuencia y los portonazos. Pero Rubilar (personalmente me cae bien) tiene poco que agregar si el discurso presidencial, de existir, le llega de oídas o en lenguaje braille mientras el otro da berrinches en la pieza donde ya no queda ni un jarrón chino que hacer trizas. A veces da puntapiés y puñetazos al aire. De vez en cuando muere una mosca. Iracundo, se sube al auto presidencial y avanza profiriendo ruidos de motor con la boca salivosa. Se olvida de todo lo que tiene que decir: empatía, cambio constitucional, libertad, derechos humanos. Entrada en escena del Ministro del Interior, que se supone también llegó ahí por mérito pero con cara de apitutado. Y anuncia la idea de una Nueva Constitución sin Asamblea Constituyente, que es lo que la gente pide en la calle y discute en los cabildos.

¿Y qué opina el Presidente?

La totalidad de los partidos de oposición, incluyendo a la muy conservadora y ladina Democracia Cristiana (para los que creen que una Asamblea Constituyente nos conducirá a “Chilezuela”, respiren) ya explicaron que el quid del asunto es Asamblea Constituyente o Asamblea Constituyente. Nada de Congresos constituyentes ni tibias reformas. Tampoco se trata de que la Constitución vaya a albergar ideología nazi o anular avances democráticos como el Aborto en 3 causales, sino que sea un reflejo de la reflexión crítica y analítica de las y los ciudadanos que tienen derecho no solo a voto, sino también a una voz. Y el Presidente ¿Qué lugar tomará en el palco? Porque el discurso de cambio constitucional era muy “2 semanas atrás” y el de Asamblea Constituyente para una Nueva Constitución sí, es de ahora, pero no eximiría a su alteza-mudo de sus responsabilidades en lo que a materia de Derechos Humanos se trata. Pero al menos su gobierno no será recordado solamente como el peor de la Democracia, sino como el que tuvo que finalmente ceder a las legítimas demandas de los gobernados y hacer, POR FIN, algo que vaya en beneficio directo de todas y todos. Porque seamos honestos, el presidente no se muestra mucho, primero porque sus archi-planificados errores de cultura general ya no dan risa sino vergüenza ajena, y segundo porque hasta el momento solo ha gobernado para proteger los intereses de la Élite acomodada. ¿Que Paulmann pierde por tener cerrado el Costanera Center, el rascacielos más flaite de América Latina? Jajaja. Respuesta: No. Perdería más si le suben los impuestos y tuviera que solventar, en parte, la educación y la salud de la gente. ¿El subsidio de las 50 lukas no es un regalo de quienes sí pagan impuestos para el retail, que con mayor fuerza seguirá contratando trabajadores a cambio del sueldo mínimo? Y trabajadores que, dicho sea de paso, en varias oportunidades tienen prohibición de ser contratados por empresas miembro del holding supermercado/ferretería/tienda de donde son despedidos, porque el gobierno y los políticos son guardianes y promotores del Monopolio y la mezquindad.

Independiente de la actitud que asuma Piñera –obligado por sus asesores–, no esperen gran cosa de él. Seguirá creyendo que el resto somos estúpidos, demasiado tontos como para haber quedado en Harvard, demasiado idiotas como para engañar al patrón y quedarnos con el negocio de las tarjetas de crédito, demasiado imbéciles para ir a la cárcel cuando se han cometido delitos. Tímidamente se asomará al alféizar de la ventana de Palacio a contemplar con desdén el país feo y ordinario cuyas demandas tuvo que acoger a regañadientes, mientras algún ladino de los que abundan en su gabinete le redacta un twit con promesas, corazones, y esas cosas estúpidas que hace la gente tonta para caer bien. Después se irá a alguna isla griega o se comerá un pan con mortadela lisa mirando un capítulo repetido de Mea Culpa. No da para más.

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