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  • Writer's pictureAnibal Venegas

La Nueva Normalidad

Ningún chileno de los que salieron post 18 de octubre a ocupar lícitamente el espacio público en las diversas manifestaciones ciudadanas (y rurales, que las hubo) tenía planificado volver a la normalidad de antes. De hecho, precisamente era esa “normalidad” obscena lo que se anhelaba y anhela cambiar tanto en estructura jurídica como social, asimismo intelectual, espiritual y desde luego estética. Que ahora salgan los colgados de catástrofes mundiales a anotarse unos puntitos en las encuestas cacareando leseras del tipo “como que en verdá los chilenos deben entender que costará mucho volver a lo de antes, en verdá”, es de un descaro impresentable. Claro, dirán, los patrones están abordando el tema Mall, que si cambios en el clóset, ¿Benetton o Hilfiger esta temporada? y otros refinamientos de los que ellos siempre han gozado sin tener que peligrar la propia vida a cambio. O a veces la peligran, eso sí, en helicóptero desde Vitacura hacia la regia casa con jardín delantero y parque trasero a pocos metros de la playa en Zapallar, desde cuyo atalaya ven cómo el día aparece y desaparece entre la marea y la espuma de las pituquísimas olas.


¿Y la nueva Constitución? ¿Qué es eso? ¡Una piltrafa! O sea, aquí estamos hasta las narices de enfermedades y padecimientos, el cálculo indica que exactamente el día en que su piñufla majestad abandone palacio, los chilenos ahí recién podrán fantasear con lo de “antes”. De momento tranquilitos y obedientes, así los quiero, y olvídense de pactos sociales, cabildos y todas esas monsergas que arruinan la impresión global del actual reinado que ya se empina en los 20 puntos. Han pasado dos años y a la Pérez todavía no se le quita la papa caliente, y qué decir de sus precauciones cosméticas a base de cloro, no han surtido efecto. Algunas honorables repasan la cava y se debaten entre el Carmenere o el Merlot y evitar manchar el edredón con el delicioso jugo fermentado.


Bueno, bueno, hay gente un tanto ingenua que cree que el mentado virus es una creación foránea encomendada por el presidente de la república, pensando en Chile como la Kaaba que todos deben poder ver algún día con los propios ojos y aguantando 40 grados Celsius. La verdad sea dicha: la pandemia es real, la enfermedad aqueja particularmente a un grupo débil de la ciudadanía y solo la separación física, taparse la boca y el lavado constante de manos ayudan a menguar efectos sin duda catastróficos. Pero también está el aprovechamiento por parte de ciertos sectores que vieron en la pandemia la oportunidad de oro para lucir, cual pavo real, la multicolor y tupida cola. Es decir, al actual gobierno lo salvaba: una catástrofe natural o ceder a todas y cada una de las peticiones y exigencias de la ciudadanía a la vez que renunciaba al uso de la mullida poltrona presidencial donde se repanchiga el carismático de turno. Ganó la primera opción. Entonces el gobierno –o lo que es igual, dos de sus ministros– hizo buen uso de la coyuntura y ¡zaz! algo se instaló en la agenda, algo GRANDE. Pero la memoria en estos casos no es frágil ni mucho menos corta.


Para los señores olvidadizos, la gente todavía conoce mucho sobre la injusticia que se oculta tras el nombramiento de un Errázuriz, un Bezanilla o un Validivieso en un puesto para el que evidentemente no están preparados. O que un viejo tetas puntudas rotee a voz en cuello en el Ágora dehesiano, el dichoso mall, en contra de manifestantes y su muy chileno tono de piel moreno. O las pensiones paupérrimas. O gente que muere con la vana esperanza de que le den hora en el desbordado consultorio donde la masa es vista y tratada como la última porquería. Y a propósito de este punto, ni idea cuál es el hechizo gubernamental para dotar al sistema público de tantas camas y horas médicas en un país donde la gente ha muerto literalmente en la sala de espera, en fin, habrá que creer.


¿Cuáles son los elementos que se supone se verán trastocados en esta Nueva Normalidad y que añoraremos con los ojos vidriosos y el corazón palpitando al son de la nostalgia? ¿Qué es lo tan valioso que echaremos en falta en el Nuevo Orden de cosas? ¿Idas y venidas al Mall? ¿Una refrescante cerveza? ¿Kilos de ropa fea del H&M y sus menguados derechos laborales? ¿Las estupideces del presidente repartidas en librerías bajo el slogan “Piñericosas”? ¿El Crédito con Aval del Estado? ¿La presencia constante de la Senadora que decía a voz en cuello: las mujeres prestan el cuerpo? No lo creo. Hablemos de:


Pigmentocracia

La Nueva Normalidad debe hacer entender que el tono de piel, típicamente acompañado de tal y cual apellido, no debe ser óbice para conseguir lo justo y necesario en la vida. De acuerdo a lo establecido por todas las religiones de la cultura occidental, el plan vital moderno es uno solo: lo que venga después de la muerte o lo que haya ocurrido antes es materia de los dioses, aquí la oportunidad es única. Por lo mismo uno se chorea tanto cuando ve que los mismos descerebrados de siempre están atornillados al micro y macro poder, simplemente porque sí. ¿Habrá desaparecido el clasismo con la democratización del consumo? ¿Todas las viejas fanáticas de Paz en la Araucanía se aprendieron de memoria a la Judith Butler luego de cambiar el avatar de Facebook so pretexto del día de la mujer, en el que ellas esperaban rosas blancas, peonías y collares de perlas similares a los de Grace Kelly y Wallis Simpson? Nones.

Gonzalo Blumel, Ministro del Interior.

La híper trascendencia de los pigmentos claros en la Nueva Normalidad debe anularse por completo. Si a la fecha América Latina construye su élite o clase política-dirigente dándole toda la mayor relevancia a las pieles claras que cuando están oscuras se debe únicamente al bronceado –que hace centellear la pelusa rubia de rostro, brazos y piernas– eso debe cambiar de inmediato. Detrás del rubio se oculta todo un historial de privilegios: tras el moreno típicamente frustraciones, esfuerzo inútil y sumisión. Pero vayan a decirle esto a la derecha criolla que recita a cada rato el romance de la libertad y dele con el trabajo duro y el bendito emprendimiento y que vendiendo mermeladas la señora de esfuerzo y buena por naturaleza se hará multimillonaria a lo Luksic o Matte. Una vieja rubia típica solía decir: La gente es pobre porque no trabaja ¿Cómo se llamaba el niño este, Huneeus? ¡Es precioso! Hace el trayecto Cachagua-Zapallar en kayak, imagínate tú, qué simpático, y ahora se compró una casa regia pero muy sobria.


La Nueva Normalidad no le debe dar cabida a esta vieja.


Porque al menos, gracias a las mascarillas, tendrá la mitad de la cara tapada.


Desigualdades Inmerecidas

También en la Nueva Normalidad esperamos que nacer entre el heno y el pienso recolectado en la siega y nacer en la resplandeciente sala de partos de la clínica pituca llena de Marías Pías y sus respectivos anuncios en El Mercurio no es definitivo ni el curso natural que debe tomar la vida. El Estado debe proveer absolutamente todas las herramientas necesarias para lograr eso que los griegos llamaban eudaimonía o “florecimiento humano”. Cuesta trabajo entender que algo tan bien descrito y criticado por John Rawls en los años 70 (A Theory of Justice) en Chile sea recibido como la novedad, lo nunca antes visto.

Nadie elige el lugar de nacimiento...

Porque la desconfianza criolla hacia lo que no es “prudente”, en el sentido de castas sociales, parte desde el minuto mismo de la concepción, de la calidad de la cuna, el metraje de la casa, arreglos florales, si liceo o colegio, la universidad y las palabras con la que se expresan las ideas contenidas dentro de la cabeza. Que un sujeto haya tenido la fortuna de educarse en el Grange o en el Saint George’s es visto casi como una decisión personal que se trasunta en mérito y jamás como la suerte comprada gracias a la pertenencia a estratos altos. Anda a educarte en liceo fiscal y te diré quién eres. O estudiar en universidad que no sean las apropiadas, es decir, Universidad Católica y Universidad de Chile (Ingeniería, Medicina y Derecho, se entiende). La Antigua Realidad, sobre la que la ciudadanía ya había deliberado post 18 de octubre.


Ahora no esperemos que el gobierno crea que esa antigua normalidad sea algo que deba despacharse así no más y ¡chan! en la Nueva somos todos iguales. O sea, lo que se pretende es mantener los esquemas clásicos de la antigua, en la que a cada quien le toca lo suyo dependiendo de si Pudahuel o Lo Curro, pero con estética de salir a hacer snowboard – actividad que, dicho sea de paso, se pretende mantener intacta para los descerebrados de siempre, los refugios no se pueden ir a pique–. Ojalá perdure lo de antes, pero con precaución, es decir, el sour catedral con las manos muy limpias y donde uno no vaya a estornudar en el Causushi ya que eso arruina todo el aperitivo. Es muy probable que el gobierno promueva la idea de ir a Longchamp, Rapsodia o Jazmín Chebar sin poder pasear la mano libremente por aquí y por allá, quedando el placer de tocar la seda, las falsas pedrerías y el terciopelo relegado a un segundo plano.


La Nueva Realidad debe exigirle al Estado garantizar derechos sociales que permitan aniquilar la decisión cuica de darle menos a la gente que nació con menos sin ninguna otra culpa que tener familia pobre, y en contraste, absolutamente todo a quienes ya venían con tarjeta de débito y habitación con vista a la Cordillera de los Andes. Nadie se merece la desigualdad al nacer y el Estado, tal como lo ha venido haciendo hasta ahora, no debe perpetuarla para conveniencia de unos pocos.


Constitución Democrática

Fíjate que con o sin pandemia la gente cree que es posible construir una carta fundamental democrática que refleje el espíritu de los ciudadanos y no las cochinadas que sustentan las cuentas bancarias de los ricos post Dictadura. Porque ¿A quién otro le redactaron una constitución a la medida que no solo permite, sino que alienta el Monopolio económico, el máximo beneficio absoluto y la usura? Exacto, a Ponce, Paulmann, a Ibáñez. No van a querer dejar el cetro los viejos bribones. Después de todo, los viejos bribones están acostumbrados a sus cochinadas. Y tienen a toda una cohorte surtida de honorables trabajando para ellos ¿Serían capaces diputados o senadores de transcribir correos electrónicos y plasmarlos así, sin modificar, en la Ley? Quién sabe.


Y desde luego que un gobierno que habla de dos años de “Nueva Normalidad”, o lo que es igual, déjenos terminar nuestro circo de gobierno sin manifestaciones en la Plaza y tanta grosería repartida en las tapias mohosas de los cascos históricos de Arica a Punta Arenas, les pondrá palos a los rayos de la bicicleta y mucha, muchísima arena en el motor. Se pretenderá hacer creer a la gente que una nueva Constitución es algo definitivamente irrelevante si se compara con los desastres ocasionados por el Coronavirus. Hay que ser muy ocioso y malintencionado para anhelar eso, escupirán con la boca llena de pan con salchichón de Villa Baviera. Para ser francos, hay gente del oficialismo y de la masa convencida por éste que cree que es racional abrir el mall so pretexto de no estancar más la economía, pero que, sin embargo, gritan: el horno no está para bollos, métanse su nueva constitución en donde les quepa. Eso a manifestantes que guardan distancia, van de mascarilla y guantes.


Tengamos por seguro que se harán todos los esfuerzos necesarios para sabotear el cambio constitucional porque al actual gobierno no le importa en lo más mínimo la necesidad urgente de construir un Estado en el que se pueda reflejar medianamente la ciudadanía. Y porque tampoco les importa cambiar nada. Es tan poco lo que les interesa, que el Presidente, haciendo uso “de sus facultades”, va camino al palacio y pide que le dejen hacerse la foto que tanto quería justo ahí, en la Plaza de la Dignidad. Porque ¿Qué le va a importar a él la opinión de la gentuza fea y morena que ya ha hecho de todo con su nombre y que aún en cuarentena, olla y cucharón en mano, corea maldiciones en su contra? Absolutamente nada.


Es cierto que nos espera una Nueva Normalidad, pero depende de nosotros darle el sentido apropiado. No solo es posible sino esencial mantener viva la convicción (no la esperanza) de cambiar en algo a este paisito hecho a la medida de gente que quiere todo para ellos sin compartir ni repartir ni mucho pensar en el otro, otra, otre…


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